Oh sol de invierno que por el ramaje
desnudo de verdores el tesoro
nos ciernes, pío, de la sangre de oro
con que tras de las siestas el celaje
enciendes engañándonos; ropaje
eres común con que se abriga el coro
de los pobres, y cumples el aforo
de la vida al que rinde vasallaje
á la triste vejez. Oh sol clemente
que das al hielo brillo diamantino,
sé mi consuelo tú cuando mi frente
doble á la tierra, mi último destino,
y envuelve en el rojor de tu poniente
de mi postrera noche el buen camino.
Sol de invierno. Miguel de Unamuno