María Rosa Lojo, poeta, narradora y ensayista argentina. Doctorada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, hoy es la directora académica del Centro de Estudios Críticos de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía, Letra y Estudios Orientales de la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y Profesora del Doctorado en la misma. Además de ser autora de ficción, tiene una gran variedad en la producción especializada en su campo de investigación. Para más información, novelas, antologías y ensayos: Sitio oficial de la autora.
- ¿Qué te llevó a la lectura?¿Qué te atrapó de ella?
M: Seguramente la curiosidad. Mi abuela Julia me enseñó a leer, antes de la escolarización. En casa los adultos leían, había libros con los que se los veía entretenidos. Daban ganas de enterarse de qué se trataba eso. Las ilustraciones me atraían en particular, quería saber qué historias se escondían detrás de cada una. Luego ya no salí más de ese planeta. En una de mis novelas, Árbol de familia (que acaba de publicarse en España) recuerdo mi experiencia de lectora infantil, explorando la biblioteca de aventura y fantasía que dejó en casa mi tío materno (un artista trashumante):
Allí estaban todos los piratas, los brujos y los reyes, las aventuras, las traiciones y las lealtades, los países desconocidos ocultos en el mapa de lo obvio, los mundos olvidados que están dentro de éste. Phineas Phogg y El Tigre de Mompracem, Long John Silver y el último de los mohicanos, D’Artagnan y Ayesha, Milady y la reina de los Caribes, Tarzán y Jane. Entré en esas historias como quien entra en un planeta de hongos alucinógenos. El cerebro no se me secó del poco dormir y del mucho leer, antes bien, tomó temperatura y humedad de jungla, donde animales fabulosos y guerreros nómades merodeaban a la sombra de los baobabs. Nunca salí del todo de ese planeta, aunque tuve que devolver los libros muchos años más tarde, cuando el tío Adolfo, fané y descangayado, volvió definitivamente de todos sus viajes y se recluyó en otro suburbio de Buenos Aires donde dio su espíritu, quiero decir que se murió, sin haber manifestado nunca señas de recobrar la razón que la mayoría de sus familiares juzgaban perdida.»
- ¿Qué le dirías a un no lector para animarle a iniciarse en la lectura?
M: Que se lo va a pasar estupendo, ante todo. Que los buenos libros son una llave mágica que abre perspectivas hacia otros mundos y hacia nuevas perspectivas sobre el mundo en que vivimos y que creemos conocer. Los libros nos revelan mucho sobre nosotros mismos, nos conectan con nuestras emociones, nos llevan a mirar en nuestro interior y también a proyectarnos en dimensiones diferentes. Nos toca una sola vida, pero la literatura la ensancha. Nos ofrece un increíble abanico de posibilidades con las que quizá no habíamos soñado siquiera.
- Un libro que recomendarías (universal), ya sea tuyo o de otra persona.
M: Uno solo me parece poco….Por cierto, los libros logrados son a la vez universales y particulares. No importa si nos hablan sobre España, sobre la China o sobre un país sudamericano, porque siempre su tema serán los seres humanos aunque en contextos distintos. Siempre nos interesarán de un modo u otro. A ver, ¿por dónde empezar? Lo primero que me viene a la cabeza, porque fueron dos obras que marcaron mi iniciación en la literatura son de dos autores estadounidenses, leídos por niños y jóvenes, pero disfrutables a cualquier edad: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, y Mujercitas (Little Women) de Louisa May Alcott. En ese rubro, la saga de Celia, de la española Elena Fortún, es también una lectura maravillosa. A través de los ojos de esta niña inteligente y sincera (que anticipa en parte a la argentina Mafalda) vemos con todos sus defectos e hipocresías el mundo de los adultos. En otro registro, los animaría a leer Orlando, de Virginia Woolf. No es para lectores que se inician. Pero es una novela exquisita que combina la fantasía audaz con el recorrido por la historia de la cultura y una lúcida mirada crítica, todo escrito con intenso refinamiento poético.
- ¿Cómo ves la literatura argentina en la actualidad?
M: En cuanto a producción, muy bien. Hay varias generaciones publicando activamente, desde estéticas diferentes y en distintos géneros. Vivimos en perpetua crisis económica, pero no en crisis de creatividad.
- ¿Prefieres leer poesía, cuento o novela?¿Y escribir?
M: Todo depende de los momentos. No tengo problemas con ninguno de esos géneros. Pero en general lo que más leo (y también lo que más he escrito) es novela, aunque todo sale de y vuelve a, la misma fuente: la matriz poética.
- ¿Cómo llegaste a la escritura?
M: Leyendo, por supuesto. Eso me llevó a imaginar otras historias y otras posibilidades de escritura, pero desde mí misma.
- ¿Siempre supiste que querías escribir?¿Y sobre qué temas?
M: No sé si siempre. Pero algo de eso había. Era la niña del curso a la que le pedían un poema para un acto patriótico conmemorativo, o a la que le hacían leer su ejercicio de escritura en voz alta. Creo que nunca falta alguien en la escuela que cumpla ese rol. A veces se sigue escribiendo, a veces no. Los temas son los de todos los escritores: las pasiones humanas, los vínculos familiares y sociales, la búsqueda de aventura, de sentido, de conocimiento, modulados de diferentes formas a lo largo de la Historia y de nuestras vidas individuales.
- Tenés un libro que se centra principalmente en los santos populares argentinos, ¿hay alguno por el que sientas especial devoción?
M: Ante todo, quisiera aclarar que «santos populares», en la Argentina y en América Latina en general, no significa necesariamente «santos canonizados oficialmente por la Iglesia». Hay devociones que surgen de manera espontánea, en forma paralela pero no antagónica, dentro del marco general de la fe católica. Todo eso está explicado en un Prólogo, también de mi autoría, que es un ensayo de investigación y antecede a mis ficciones sobre estas figuras. En el libro solo hay dos personajes, muy populares, que sí cumplen el requisito básico de virtud heroica: el seminarista Ceferino Namuncurá, fallecido muy joven de tuberculosis, que fue consagrado beato, y el cura José Gabriel del Rosario Brochero, que ya ha sido declarado santo. Agrego acá link con un artículo mío centrado en uno de los personajes «santificados» por fuera de la Iglesia (el Gauchito Antonio Gil Núñez), donde se explica un poco en qué consiste ese proceso al margen de lo eclesiástico (02-PV-Lojo).
Vuelvo a tu pregunta: el personaje que más me conmueve del libro es el de la «Difunta Correa» (Teolinda o Deolinda Correa), cuya vida (o leyenda) se fue difundiendo por tradición oral, como en el caso de Antonio Gil. Su historia, si no verdadera, es verosímil: en la época de las guerras civiles argentinas (entre 1820 y 1850), una mujer joven y hermosa se queda sola con un niño de pecho en una aldea perdida, mientras su marido es reclutado por uno de los bandos. Un mandamás se apodera del pueblito y empieza a acosarla. Deolinda podría haber resuelto su dramática situación entregándose al vencedor de turno. Pero no quiere. Aunque es tan pobre que no dispone siquiera de una cabalgadura, carga su bebé y se arriesga a cruzar el desierto para reunirse con su marido. Se le acaba en el camino la provisión de agua, y poco antes de llegar al río Jáchal, muere de sed. Sin embargo, nunca suelta a su hijito, que sigue mamando de su pecho cuando una tropa de arrieros lo encuentra junto a su madre muerta. La anécdota de esa mujer heroica se difunde por el medio rural; en algún momento, alguien le pide ayuda para encontrar su rebaño perdido. La gracia se le concede, y ahí se origina una nueva devoción que cosechará fieles en todo el país. Es un personaje extraordinario, que reúne tanto las virtudes consideradas tradicionalmente femeninas como otras masculinas:
En realidad la Difunta, la más madre de todas las madres después de la Santísima, la más mujer de todas las mujeres, había usado el cuerpo como lo hacen los varones. Se había metido en él y se había echado a la ferocidad de la intemperie, y había corrido todos los riesgos de la peor guerra sin más recursos que la pura valentía.»
(Acá puede leerse la cita, y el cuento completo, publicado en un diario: Página/12 :: Verano12 :: El hijo perdido)
Deolinda tiene una inmensa fuerza simbólica, que arraiga incluso en raíces ancestrales pre-cristianas, en el culto indígena a la Pachamama, la Madre Tierra: el fundamento que siempre está ahí, que nos engendra, nos alimenta, y nos recibe cuando morimos, y se une, por otro lado, con María, madre de Jesús.
Aunque “virtud heroica” no le faltó, nunca fue declarada santa (sería complicado, supongo, ya que faltan datos documentales fehacientes que confirmen su existencia y sus fechas de nacimiento y muerte), pero la Iglesia acompaña de algún modo este culto. Una capilla en honor a la Virgen del Carmen (de quien se dice era devota Deolinda), fue consagrada por el vicario general de la arquidiócesis de Cuyo, frente a la loma donde se despliega el culto a la Difunta. Ahí asisten a misa sus devotos después de visitar el santuario.
- ¿Por qué tus obras suelen centrarse, en general, en mujeres?
M: No hay en la literatura argentina, o no había, al menos cuando empecé a escribir, tanta ficción que diese cuenta de la experiencia de la subjetividad femenina desde una dimensión interior. Al margen de la calidad literaria (eso no está en discusión), los personajes más importantes de nuestra literatura solían ser personajes varones (narrados por escritores varones también). Tampoco había mucho, por cierto, sobre el papel de las mujeres en la historia. Así que me ocupé de algunas figuras femeninas de la historia nacional que me interesaban: Manuela Rosas, hija del gobernador Juan Manuel de Rosas, que actuó en política; las escritoras Eduarda Mansilla (siglo XIX) y Victoria Ocampo (siglo XX). Otros libros se enfocan sobre mujeres creadas exclusivamente en mi ficción, como en la novela Finisterre; también la perspectiva femenina es la central en libros auto-ficcionales; Árbol de familia y Todos éramos hijos. Como dijo Victoria Ocampo en 1936, la literatura llamada universal había sido hasta entonces casi exclusivamente un monólogo masculino. Había llegado la hora en que las mujeres hablaran de y desde ellas mismas, y también que hablaran del hombre, del varón, a su vez como «testigos sospechosos». Y ahora con tantas y tan buenas escritoras, estamos en la plenitud de esa nueva etapa. Baste leer La vegetariana, de Han Kang para apreciar un superlativo nivel de excelencia expresiva.
- Si tuvieras que describir tu obra en tres palabras serían…
M: No sé si puedo describir mi obra objetivamente, pero sí puedo hablar al menos de aspiraciones que no sé si he logrado: intensidad, revelación, variedad.
Muchas gracias María por compartir con nosotros.
Sofía Chiara Falcone.
