El héroe discreto, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, 2013.
¿Puede ser un héroe discreto? Y lo digo más que nada por la época en la que estamos inmersos. Todo se sabe porque todo se hace saber (incluso lo innecesario). Medios de comunicación en abundancia, Internet, redes sociales, la vieja’l visillo, tecnología punta e incluso puntiaguda.
Sí, un héroe puede ser mediático y discreto. E incluso anónimo. Sus acciones le delatan aunque esté escondido en la cotidianidad.
En esta novela hay varios. El protagonismo se lo llevan dos: Felícito Yanaqué e Ismael Carrera. El primero es el propietario de una empresa de transportes. Criado por un padre paupérrimo que le dio una oportunidad de mejorar a base de un extraordinario esfuerzo y que a modo de herencia le dejó una frase que marcaría el rumbo de su vida: nunca te dejes pisotear por nadie. Cuando recibe una carta amenazante, pidiéndole dinero para conservar su seguridad, se rebela. Nunca se dejará pisotear por nadie, aunque le cueste la vida. El segundo es un acaudalado empresario a cuyos hijos, apodados “las hienas”, les quiere dar una lección.
Las historias se presentan paralelamente, en capítulos alternos; y al final, se unen.
Aparecen viejos conocidos vargasllosanos, como el sargento Lituma, Don Rigoberto, Doña Lucrecia y Fonchito.
El texto está plagado de localismos (che guá, churre) y diminutivos.
La trama es más amplia. Conocerla requiere su lectura, ¡obvio!, pero camina sobre temas como la traición, la educación, las relaciones con los hijos, la imaginación…
Inmaculada Setuáin Mendía
